La evolución de las culturas muestra que el fenómeno del racismo encuentra su fundamento en la concepción que los hombres tienen de la diversidad.
En la Grecia antigua, la afirmación de la identidad colectiva se traduce en el hecho de que los habitantes de las ciudades llamaban “bárbaros” a los que vivían fuera de los límites.
Los esclavos no tenían derecho, ni siquiera a la ciudadanía.
A partir del siglo XVI, sociedades “científicas” han buscado clasificar las razas humanas intentando crear estereotipos y clasificando a los hombres en diferentes razas, en función del aspecto exterior y de las capacidades de inteligencia. Todo ello da pie a tesis, como la de Gobineau, quien achacaba el declive de la sociedad al envejecimiento de las razas.
El pensamiento racista contemporáneo del darwinismo social, se estructura en doctrinas que preconizan la aplicación de leyes biológicas al perfeccionamiento de la especie humana.
En este sentido, Gustave Le Bon sostenía que los extraños alteran el alma de los pueblos.
No será hasta comienzos del siglo XX, cuando se produzca una toma de conciencia internacional del fenómeno del racismo.
Los crímenes nazis provocaron una situación psicológica y política en la voluntad de las naciones parra erradicar el racismo, sin embargo, en la actualidad, aún perduran formas de racismo.
Desde un tiempo a esta parte, se viene debatiendo entre los docentes la integración de los alumnos en las aulas.
Los españoles parecen ser poco tolerantes con los alumnos extranjeros.
La mayor discriminación la sufren los marroquíes y los gitanos.
Según un Estudio del Ministerio de Educación dos tercios de los estudiantes españoles de la E.S.O no ven bien compartir tareas con ellos.
La solución a ello, según algunos expertos, empezaría con la elaboración de proyectos concretos que enseñen a los jóvenes a afrontar los problemas de convivencia.
De ahí la necesidad de que en aquellos Centros Educativos en los que haya mayor problemática se aconseje el “acogimiento” al Proyecto “ Escuela, Espacio de Paz”
La sociedad en la que estamos viviendo se muestra cada vez más inquieta con el problema de la violencia presente en todos los niveles, tanto internacionales, nacionales, comarcales como institucionales: familiar, y ¿cómo no? escolar. Basta ver cómo cada día se escribe y publica más, sobre violencia, conflicto, indisciplina, descontrol, incluyendo el ámbito escolar.
Nuestra sociedad está impregnada de lo que Johan Galtung (1990) denomina "violencia cultural", que es definida por el autor como los aspectos de la cultura, esfera simbólica de nuestra existencia -ejemplificada en indicadores sociales como la religión, la ideología, las ciencias empíricas, las ciencias formales y sociales- que dichos indicadores pueden ser utilizados para justificar o legitimar la violencia, la guerra. Las culturas de violencia están sometidas por una infraestructura de creencias individuales, normas sociales y valores que enfatizan el uso de la violencia como medio para alcanzar poder, autoestima y estima grupal, patriotismo, regionalismos y dominación social.
Durante mucho tiempo, los profesores e investigadores educativos estábamos preocupados por las deficientes calificaciones de los escolares, fracaso escolar etc, pero ahora estamos comenzando a darnos cuenta de que existe una carencia mucho más apremiante: el analfabetismo emocional y social. No obstante, aunque sigue haciéndose notables esfuerzos (políticos, pedagógicos, didácticos, psicológicos,...) para mejorar el rendimiento académico de los estudiantes, no parece hacerse gran cosa para solventar esta nueva y alarmante deficiencia escolar. En palabras de un profesor de Brooklyn (1996): "Parece como si nos interesa más su rendimiento escolar en lectura, escritura, matemáticas, ... que si seguirán con vida la próxima semana". Los incidentes violentos escolares, por desgracia, cada vez son más frecuentes en nuestra cultura occidental.(Wheldall, 1992; Marín,1996).